Max Holloway rompe con la moda del boxeo sin guantes: “Eso es una locura”

Hay declaraciones que reafirman un código y no solo una opinión. En tiempos donde los límites del espectáculo deportivo se difuminan con los del riesgo extremo, Max Holloway trazó su propia frontera.

Honolulu, octubre de 2025.
El excampeón mundial de la UFC y actual poseedor del cinturón BMF dejó claro que no seguirá el camino de algunos expeleadores que migran al boxeo a puño limpio. Durante una sesión en vivo con sus seguidores, Holloway admitió que el reto podría ser tentador desde lo económico, pero inadmisible desde lo racional. “¿Por qué quedarme quieto para recibir golpes sin guantes? Eso es realmente una locura”, comentó con la serenidad de quien conoce el costo de cada impacto.

Su negativa surge en un momento en que la industria de los deportes de combate vive una expansión hacia formatos cada vez más extremos. Promotores de Estados Unidos y Reino Unido impulsan ligas de bare-knuckle boxing como alternativa rentable frente al espectáculo de la UFC, y figuras veteranas han cruzado la frontera atraídas por contratos millonarios. Sin embargo, Holloway representa una corriente opuesta: priorizar la longevidad atlética sobre la fama instantánea.

Según la BBC Sport, el mercado global de deportes de contacto sin guantes ha crecido más del 40 % desde 2022, impulsado por transmisiones digitales y audiencias jóvenes en plataformas asiáticas. Pero organismos de salud, entre ellos la Organización Mundial de la Salud, han advertido del incremento de traumatismos craneales severos y microlesiones neurológicas en atletas que compiten sin protección. Holloway conoce esas estadísticas: su carrera en la UFC está marcada por duelos de alta intensidad, y ha hablado en repetidas ocasiones de la necesidad de entrenar con inteligencia.

El exmonarca hawaiano ha construido una reputación de disciplina y técnica. Según la revista Sports Illustrated, su promedio de golpes absorbidos por combate se redujo un 35 % en sus últimos tres años, resultado de una estrategia de defensa más científica. Su decisión de no incursionar en el bare-knuckle boxing responde a la misma lógica: cuidar su mente y su legado.

En Europa, especialistas del Centro Médico de Londres para el Deporte comparan el auge del boxeo sin guantes con la primera era del rugby sin cascos: una fascinación colectiva por el peligro que suele ceder ante la evidencia médica. El fenómeno, explican, responde también a una economía de la atención que premia lo brutal sobre lo técnico. En ese contexto, Holloway funciona como contrapeso ético dentro de un circuito que parece haber perdido sus propios límites.

Fuentes de la Comisión Atlética de Nevada confirman que las licencias para eventos bare-knuckle han duplicado su número en el último año, aunque la mayoría fuera del marco de la UFC. En Asia, promotores tailandeses intentan mezclar elementos de muay thai tradicional con combates sin guantes, apelando a un público global que consume violencia con estética cinematográfica. Frente a esa tendencia, la voz de Holloway irrumpe como recordatorio de que el deporte puede conservar su esencia sin sacrificarse en el altar del algoritmo.

El interés mediático no es casual. Desde el punto de vista económico, cada migración de un nombre grande hacia formatos extremos genera picos de audiencia medibles en horas. Plataformas como DAZN o ESPN Global registran incrementos de hasta 60 % en visualizaciones durante transmisiones con exfiguras de la UFC, un dato que ilustra por qué los promotores insisten. Aun así, Holloway se aparta del guion: su futuro parece más vinculado a combates de alto nivel técnico o exhibiciones bajo reglas convencionales, quizá con fines benéficos.

El analista de artes marciales mixtas del Financial Times Asia subraya que su postura no solo es moral sino estratégica. “Holloway está preservando valor de marca. En un ecosistema donde la durabilidad mental y física define contratos publicitarios, negarse al riesgo extremo es una jugada inteligente”. Dicho de otro modo, proteger la integridad se convierte también en una forma de negocio.

Su relación con el público, forjada desde los días en que debutó en Honolulu, se sostiene en la autenticidad. “Ser real con uno mismo”, dijo alguna vez, “es ganar antes de subir al octágono”. Esa filosofía —mezcla de respeto, cálculo y humanidad— explica por qué su voz resuena más allá de la jaula.

Max Holloway no busca erigirse en moralista del deporte, pero sí recordar que la espectacularidad tiene un límite cuando la consecuencia es irreversible. En un mundo donde cada golpe se viraliza y cada herida se monetiza, su decisión no es conservadora: es revolucionaria en su sensatez.

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